lunes, 27 de agosto de 2007

PASEO AL MAR

Gusto de las formas de los hijos del mar, hoy, cuando el sol
como un ángel solo, está sobre mí.
Presente está también la brisa, untada en las olas, aromando.
Un grupo de aves marinas me acompaña. Ellas están detenidas y extáticas
hasta que se alzan como dioses.
Y yo contemplo sus danzas, sus movimientos
que sólo responden a una plenitud
cuando ondean sus alas negras, sus aspas de cielo,
sus dedos de mar, hasta que, nuevamente adquieren
su misteriosa quietud.
Yo, luego, inicio mi lento caminar sobre el puro cañamazo
que la ola adorna.
Y me detengo, a veces, ante las abandonadas armaduras sobre la playa,
las inmejorables talladura que tienen
la voz del mar. En ellas ha escrito Dios
un mensaje sutil que descifran
pocos. Acaso, así, soy en parte, semejante
cuando vago sin rumbo por las grecas
que hace el mar. El cielo
es la más gloriosa arcada, mi palio
fulgurante. y está sobre mí
como la bóveda
de otro templo.
Fue mi primer amor la libertad
y de ella quisiera gozar, siempre, porque
nada es digno sin ella.
No obstante, sólo esporádicamente puedo
pasearme sobre la milenaria arena
envolviéndo mis pupilas en los azules;
en el silencio ancho como el océano,
recibiendo sus alados latidos
en mis pies.
Seguramente cuando esto hago, los celestiales,
invisibles, me acompañan, los verdaderos
herederos del mar...
Ritoque, 1972


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