Algo me posee, tal vez soy el abalorio de un dios maligno; el arleguín
roto de un corazón de estalactita. Un río despiadado me tiene. Estoy dentro
de una pupila. En vano golpeo los vidrios del aire.
Es la noche. Está de nuevo su cabellera extendida como un ábano;
como una bandera de luto flameando en el ártico. Yo elevo
sonrisas, entonces, como campanadas en un blanco desierto; ellas alegran
los álgidos pájaros del silencio. Sé que he resbalado hoy
de un corazón pletórico, pero no me abriga el universo,
los racimos de astros no me consuelan. La hermosura
de la mirada del perro es la única llama, pequeña y dócil,
en esta inmensa extensión lívida en donde yazgo. Tal vez, la pena,
que incuba tantos abrazos, me envíe alguna vez una de sus olas vivientes
y en su tibieza pernocte. Me clave su pletórico baile
como en las selvas la mano del sol bulle y agita
la verde sangre. Entonces diré que este hielo fiel
ha quedado viudo...
En esta fe mi corazón se ovilla
como el último cordero. Y esos ecos lejanos que vienen
y se alejan
como las rondas de los niños muertos,
celestes y escuálidos,
queden en sus nidos y yo distienda mis dos alas
con las que escribo.
Y vuelva yo con mis lámparas
por los túneles y mis canciones anacrónicas
y locas resuenen otra vez
en los helados hombros de esta melancólica aldea. Mis pétalos hacia arriba.
5 de Agosto del 2007
23:43