jueves, 13 de septiembre de 2007

EN EL PRELUDIO

Sobre mi atento corazón, alguna vez será el Día,
el inmenso,
el que hará centellear los azules.
Entonces recordaré mi vigilia,
mi ágil oído
que intentaba dilucidar los murmullos
post horizontes.
Evocaré mi temblor
en el tremolar del boldo solo
que adornaba la colina.
Esperaba la gota aquélla del azur,
que un dorado se abra,
que un arco deje caer su semilla
sobre la montaña.
Oh esas manos por las cuales todo desesperó
yo esperaba.
Lo albo sobre el horizonte como un aveluz batiendo sus alas.
El óbice que desclavará los ojos de los círculos;
que arrimará hacia acá las crepitantes alas.
Sólo para esto pasé mis días en las cumbres...
sola, subida a los ápices amarillos
de los verdes y granates.
Me cayeron las tardes como olas.
Bajo los gestos que hacen las alburas
hice mi círculo.
Me acurruqué, luego, en la palma de una sombra,
siempre esperando;
las olas moradas saltaban sobre el valle.
Y se me escurrían las lágrimas como ceras
y me cubría mi sal
tajeándome la piel.
Mi cuerpo lamido por el mar
donde los astros son los peces.
Yo me incubaba.
Centelleando para los otros ojos.
Hasta que oí
el pleamar de las musitaciones
dentro
y su voz, su voz, por la cual
todo late y danza.
25 de Abril del 2007


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