sábado, 18 de agosto de 2007

VEN JESUS

Bajo la más sutil claraboya que oculta el quieto mar del cielo,
a pesar de todo, soy la orante eremita en el atalaya de la luz.
Como ellos, que se desgranaban en el desierto,
ebrios de su sacro silencio,
mi vida es un largo adviento estremecido.
Todas las bellezas, por hoy, agonizan en una urna de luz.
Como los cirios que menguan su luz con el tiempo
así decaen los pabilos del mundo, todos.
Por esto nada hay fuera de Tus Manos sosteniendo.
Nada hay viviente de veras.
En consecuencia, como una llama llameando en el horizonte
aparezco.
Por las tardes, mis lentos pasos, son mi salmodia que suplica.
Tu estás al fondo. Ven Jesús.
Que entres cruzando los rayos de la entrada
cobijando primeramente los temblores rojos
y azules y amarillos y con el color del lys
de los hermanos de las hermanas tierras,
que no han sufrido, que no fueron castigadas,
por tantos corazones sin amor, gélidos.
Han de irse estos cansancios que nos hermanan
con las fijas estatuas del camposanto. Y esto es mucho.
La noche. La noche que nos cae encima como un cuajo
subastro nos será, al fin, benigna;
sin estos momentos de mundo
cuando el tiempo nos roe, y suplicamos, cada vez,
antes de dormirnos y ovillarnos
entre los relojes impertérritos. Y durmiendo
es como lloramos todo el tiempo.
Postrados por las horas que nos dieron encima.
En esa soledad penetrante que retienen los espejos
de la casa desértica. Trenzada con el frío.
Oh que se rompa el etéreo cristal que nos separa, Dios Mío.
Y la pupila luminosa cumpla su designio finalmente.
Ven, Dios Mío, que tiemblan los sépalos como nunca en las ráfagas.
Y la vida danza y danza en esta maravillosa tumba girante
con sus pobres hermosuras encima. Patéticamente.
Porque, así, son danzas finales, antes de morir.
Mientras no vengas Tú, sólo perteneceremos al resabio
que resbaló de Tus Manos. Y no se alza.
Y los corderos luminosos seguirán pisando las llagas de la tierra,
las heridas que le dejan el olvido y las guerras resucitantes.
Donde lloran dobladas las hierbas sencillas.
Por esto mi corazón se asoma hacia arriba como lo hacen
los pecíolos asustados. Para verte llegar abriendo las altas celosías;
como lo ha hecho siempre el resaltante ermitaño al que no refleja
pupila alguna, escondido entre los rayos del sol,
al que mecen sus cabellos los vientos secos que cruzan
los párpados de arena. Yasí interpela. A Dios. A los hombres...
Con él yo tengo, hoy, mi morada. Nuestras almas expectantes.
Porque una sola noche en el mundo ¿ quién la resiste?

Domingo 2 de Julio del 2006 5:30 y 5:39 P.M.
Martes 4 de Julio del 2006 8:08 P.M.
Miércoles 23 de Mayo del 2007 6:55 A.M.
Sábado 18 de Agosto del 2007 22:18